viernes, 7 de febrero de 2014

Anochecer

Tuve por suerte la curiosidad y voluntad de caminar hasta ese banco. Ese banco lejano donde se habrán sentado parejas jóvenes, viejas; incluso tal vez pequeñas. Pero sabía que ese día sería distinto, ese banco se llamaría de otro nombre, como también se llamó de otro nombre a ese escritor analfabeto cuando publicó (aunque no sin un poco de arrogancia), esa tragedia. Cuando fue publicado Romeo y Julieta.

La vi sentarse, ya estaba bastante lejos de mí, incluso me daba la espalda. En ese momento decidí pensar, pensar qué había sucedido entre nosotros; entre eya y llo. Me lamenté, me cuestioné por qué no había empezado esa tarea (hablo de pensar), un tiempo antes; cuando las cosas no habían llegado a agravarse (por lo menos no tanto). También pensé en el momento en que la conocí, me dije a mí mismo que sería afortunado si mi padre me diera una oportunidad y volviera el tiempo atrás. Es sumamente importante (bajo mi punto de vista) dejar por escrito la obviedad de no querer empezar otra vez, sino dar el hecho como verdadero, o sea aceptarlo. Francamente me daba cuenta que no iba a ser fácil vivir con esa derrota, pero desear lo que en definitiva no sucedió, sería (otra vez: en definitiva), mucho más dañino.

No me acuerdo mucho del momento, lo digo para que después no haya reproches que valgan, y también lo digo para no desilusionarte. El momento fue tenso, me acerqué despacito para no caerle de sorpresa, tampoco sabía (esta sería mi otra razón) cómo reaccionaría. Para mi fortuna me recibió bien; no sería justo admitir que estaba un poco loca, no sería justo ni por ella, ni por mí (yo había sido su novio). Igualmente (como la terquedad en el hombre insiste siempre), en ese momento no tenía ni vaga idea de lo imbéciles que éramos: ella y yo (por lo menos en ese momento).

Me senté a su lado pero no reaccionó con sorpresa; por lo tanto dejó implícito que ya sabía dónde me hospedaba (me refiero a esos cinco minutos). Siempre había sido muy susceptible a los cambios de planes, a las apariciones, a algo que no estaba preparada a encontrar. Yo estaba a su lado como fiel compañero; de hecho todavía me enorgullezco por eso. Ahora sé que siempre estuve, siempre fui leal a la hora de acompañar. También me acuerdo que sonreí, no estaba preparado para rechazarla, no quería abandonarla. Todavía (valga la rebundancia: por mi tozudez) no sé si me había quedado con ella simplemente porque no sabía con quien estar, porque no sabía qué hacer, porque en la vida estaba aburrido o quizá porque realmente había dejado mi orgullo de lado.

Eso ahora no importa, ahora me encargaré del hilo de lo ocurrido y de lo que me produjo (sólo por un ratito) piel de gallina y escalofrío.

Le presté mi abrigo porque noté que tenía frío, creo que me dijo gracias pero no me importó escucharla: yo sabía que había dado lo mejor, había dado lo mejor de mí, lo que tenía, lo que me correspondía entregar. Y también estaba tranquilo porque alguna vez ella me había demostrado que se daba cuenta que me preocupaba siempre (más por ella que por mí). Dejó de mirar el pasto o el principio del lago (quién sabe qué), y miró para arriba. Me gustaba ese cambio de mirada repentino, yo lo entendía como una invitación a conversar, o tal vez una simple muestra de reconocerme como su compañía; como cuando nos tiramos para atrás en una conversación y nos disculpamos (sea todo para no dar la espalda).

Había empezado a llover, pero sólo unas cuantas gotas (nada "grave"). A mi me gustaba, siempre me gustó la lluvia, aunque sean esas pequeñas gotas que al principio molestan. Mi amiga se envolvió más en mi campera. La conocía, preví que sería más fácil dejarla sola, era lo que estaba buscando, había vuelto a mirar el piso, esto me dijo que me tenía que marchar. Que ya no insista más, ya todo había acabado.

Escuché un ruido y otro y otro, tan sincronizado como el ruido de algo que tarde o temprano estallará. Abrí bien los ojos porque me estaba imaginando lo peor, en una película habría creído que sería una bomba. Pero dejé de pensar por un momento, se escuchaba muy bajito y quizás era sólo una idea mía. No era lógico que hayan puesto una bomba. Me atreví a pensar que estaba algo paranoico. Pasé mi brazo izquierdo por detrás de su cuerpo, intentando un pseudoabrazo. Sólo esta vez y siempre hasta entonces (si el oxímoron está permitido), empecé yo la conversación; que por cierto se tornó aburrida ya que ella se limitaba a contestarme con monosílabos.

La combinación del anochecer y la brillantez del lago hacían un utópico escenario de la pequeña historia, que estaba a punto de empezar, que se estaba a punto de gestar. Y yo me lo perdía, simplemente por mirar a mi compañera. Ella miraba hacia allá, pero yo buscaba y buscaba excusas que defendieran mi visita inesperada.
Llegó un momento en que mi inteligencia me explicó que ella quería que sea yo el que volviera a empezar la conversación, que era muy orgullosa para decir las primeras palabras. Entonces no lo hice: típico.
Me parece que se había sentido incómoda con el final de nuestra reciente ulterior charla. Entonces ahora sí se dignó a empezar.

- ¿Qué te pasó? - me preguntó con indiferencia. Me enojé. "Maldita", pensé. Ella sabía bien qué había pasado, qué había hecho que yo cambiase de opinión, cómo todo había terminado.
Tuve que contestar, ella había vuelto a aprender a hablar.
- ¡Qué pregunta! ¡qué pregunta! - y paré, no me convendría decir mucho más.

Y lo volví a escuchar, por un milisegundo pensé en "ya basta" acordándome que era un ruido que me había molestado anteriormente; y tal vez pensando en que era un bicho (dentro de esa misma porción de segundo). Tuve miedo, se escuchaba muy fuerte y me aterrorizaba que mi compañera no lo escuchaba. O quizá sí, pero no hacía nada al respecto (como si todo estuviera normal).

- ¡Qué linda noche! - escupió esas palabras en el momento menos propenso. ¡Ya le había dado oportunidad de hablar! ahora había que preocuparse. - Ahora vengo, no te preocupes - me acuerdo que hasta esperé que me mirara con extrañeza. No lo hizo, siguió mirando quién sabe qué (para adelante).
Me sentí solo, la persona que yo iba a "salvar" ni siquiera me miraba, ni siquiera estaba al tanto de lo que pasaba.

Pensé en primero investigar por debajo del banco. Había mucho pasto, tuve que escarbar con la mano y tantear hasta encontrar un objeto cuadrado (en ese entonces yo las bombas me las imaginaba así).
Pero nada, aunque ciertamente la bomba o ese ruido extraño sonaba cada vez más fuerte. Busqué y busqué, debajo de las plantas o pasto alto. Busqué pero no encontré; en ese momento quise odiar el dicho: "el que busca, encuentra".

Ya era imposible que mi (me parecía que ya no) amiga no escuchara aquel ruido, que por cierto ahora sonaba como un terremoto. Me senté a su lado y se me pasó por la cabeza que había sido ella misma quien había ideado todo. Mi pulso se estaba acelerando más que velozmente, lo prometo. Y mi manía de preocuparme se estaba yendo al diablo.
Y opté por quedarme sentado, quedarme esperando. Esperando ver tal vez el regalo que el destino me tenía preparado, pero ya no (lo aseguro) buscando esperar una reacción de mi formal compañera.

El sonido del explosivo empeoró. Ya no sabía si era mi imaginación la que hacía que se agrave el ruido o ese bochinche era verdadero.

Y así ocurrió, no sabía si preocuparme de mi pulso o del sonido de la bomba que cada vez lo sentía más dentro mío. Y así ocurrió.

Nunca supe si morí sordo o felizmente con ese estallido tan particular.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentar no muerde...