Mostrando entradas con la etiqueta Cuentos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Cuentos. Mostrar todas las entradas

miércoles, 25 de junio de 2014

Las vidrieras

Detrás de las vidrieras y vidrieras. Primero aparecían las miradas recíprocas de él y de ella, después desaparecían, y se elevaban las vergüenzas y cobardías. Después él se comparaba con sus amigos, por la altura; y caminaba derecho para sentirse más alto, tal vez más apuesto. Pero ella sólo miraba otra cosa, esa otra cosa que las chicas ven. Y los amigos no pensaban más que en el partido de fútbol, entonces él se encerraba en su propio egoísmo, tal vez envidia, ese disgusto que sentía de sus no amigos por ser mayores a él, (en altura). Y además creía que los demás querían ser más altos que él. ¡Ridículo!. 

La susodicha no todavía novia se moría de amor, ella había imaginado a su príncipe azul en ese señor tan "elegante", tan fornido; aunque tal vez taciturno. Y mientras esas vidrieras permitían crear noviazgos y miradas un poco más discretas (al menos para los participantes), la muchedumbre, muchachada y personas no ajenas al lugar recorrían los pasillos de la escuela como de costumbre, soñando solamente con que algún día dejarían esa prisión tan infernal, o tal vez tan hermosa.

Primero se acercó el elegante, no fue sino a visitarla, a hablar y a tratar de nosequé. La otra estaba dispuesta. Realmente dispuesta. Pero sucedió en un día horrible, me acuerdo poco. Se quemaba la escuela, el muchacho trató de hacerse el héroe. Sacrificó su no egoísmo en pos de una chica que ya se había retirado. En pos de esa chica tan preciosa y tímida. Nadie la encontraba, decidió entonces inspeccionar. 
La encontró, sí. Estaba en el baño, apoyada contra la ventana mirando fijamente un punto. Él fue y terminó por asombrarse. Ella lo miraba quieta, quieta, firmemente. Se miraron por primera vez de hito en hito. Aunque no era el mejor momento, parecía petrificada, estaba seria, parecía muerta.

Y lo logró, logró convencerla, ella no contestaba, él gritaba y gritaba. Y se ahogó, se intoxicó ahí, bajo ese humo pernicioso, pero con la esperanza de estar acompañando a su amada

domingo, 23 de marzo de 2014

Tus amigos de siempre

Tus amigos inseparables eran dos. Yo no los conocía. Realmente siempre quise conocerlos, te veía muy feliz con ellos, aunque siempre me quisiste hacer entender que no te pertenecían, que los habías defraudado o no habías dado lo que ellos realmente esperaban. Yo insistía, pero nunca me diste mucho crédito sobre este asunto. Hablábamos y hablábamos de la vida, en general, de amar, de nuestra relación con Dios. Pero tus amigos nunca te abandonaban, como si fueran tus guardaespaldas. Estaban siempre, cuando iba a tu casa, cuando venías, cuando nos juntábamos a hablar de chicas: siempre. Ellos no fallaban, pero vos querías alegrarlos, y se notaba en tus ojos, en tu actitud, se notaba en tu manera de ser.
Simplemente te admiro, no son celos, es admiración. Por tener esos amigos, esos que siempre te soportaron, que nunca te juzgaron, esos amigos tan buenos que me hiciste conocer. Que yo nunca los tuve, o sí, tal vez a uno de ellos, pero los negué siempre. Me parecían insoportables. No me dejaban en paz, aunque a uno lo quería, a uno quería darle todo, todo lo que se me había concedido desde que nací; TODO.

Él lo aceptaba agradecido, pero yo fallaba. Vos me habías enseñado a respetarlos, a quererlos como eran, sin más. Pero yo seguía ahí, perdidísimo, mirando para los costados, evitando las piedras que el destino me ponía en el camino. Evitando a Dios y a esos amigos que siempre quisiste me diera cuenta cómo me querían.

Evitando a estos dos amigos, (que nunca fueron mis), fui creando mi infelicidad.

En definitiva, fui evitando cordialmente al amor y a la amistad.


domingo, 9 de marzo de 2014

La última vez

Todo lo hiciste con muchas ganas. Todo lo hacías muy convencida, con mucha seguridad. No te puedo culpar por la vez que me gritaste y juraste no volver a hablarme sólo por haber tirado café sobre tu falda. Tampoco por la vez que no fuiste al club de frente de mi casa, como habíamos quedado; y esperé en vano a alguien no egoísta que no llegó jamás. Tu personalidad no variaba según las demás personas, eras bien firme en tus ideologías y pensamientos. Aunque tan sólo tuvieras dieciséis años. No te importaba qué pensaran de vos, pero nos querías tanto. Me acuerdo de ese día que te enojaste porque no te presté la raqueta de tenis. Ya ni me acuerdo por qué me negué. Nunca me dijiste nada, eras muy vergonzosa, no te salía bien eso de transmitir sentimientos. Hasta llegué a pensar que eras insensible. Qué grave error, ¿no es cierto?. Pero con los animales era distinto, siempre los acariciabas y les hablabas, y les hablabas para que no te contestaran. Y cómo te gustaban los animales, y los acariciabas, eras más amiga de los de cuatro patas que de los de dos. Es cierto que demandaba demasiado trabajo de mi parte, pero nunca llegaba a enojarme del todo por tu comportamiento hostil y solitario porque al no mucho tiempo de ser injusta y enojarte de más, devolvías una sonrisa que escondía la palabra perdón. Porque te excusabas, y aunque nunca me gustaban las excusas, estas me tranquilizaban. Tal vez porque creía que no tendrías por qué dármelas: yo era uno más, nadie importante según tu comportamiento narcisista.

Pero cada vez te odiaron más, en la escuela siempre hablaban mal de vos, y en el barrio todos te conocían como rarita. Aunque para mí seguías siendo una persona incomprensible y por lo tanto (en algún sentido), perdonable. Incomprensible porque yo intentaba ir más allá y conocerte mejor; por qué te comportabas así, qué te había pasado. Los demás no lo soportaban, simplemente te dieron la espalda, te pusieron el título de excéntrica. Y fui testigo tantas veces de situaciones en que no eras vos la molesta, sino ellos. Sino aquellos que no dejaron de perseguirte para hacerte de esa cruz tan penosa (me refiero a las cargadas), una todavía más difícil de soportar.

Ahora me siento mal, estoy llorando. Ocurre cuando uno se da cuenta que no sólo no hizo lo mínimo para cambiar la situación, sino que le costaba más hacer lo doloroso, y casi siguió el plan de lo segundo a propósito y con saña. Creo que el perdón es el primer paso y por cierto no es suficiente, vos me habrías dicho que hice lo mejor posible, que no me sienta mal. Lo sé. Escribo y lloro más, porque mientras más me-te analizo, más me doy cuenta lo injusto que fui.
Y cuando llegó el momento de pedirte perdón, de ayudarte, de cambiar todo, sucede lo peor, algo inesperado.

Ocurrió el lunes, me acuerdo, vos ya me habías dicho que no me ibas a hablar más, y me habías dicho que me fuera. Que me odiabas (y un golpe sufrió el corazón del melancólico que escribe). Ya habían pasado dos semanas, ya era mucho para mí, siempre estaba al lado tuyo, aunque no ayudándote. Y ese lunes te daría la sorpresa, aunque no sabía cómo reaccionarías: si con bronca o con indiferencia. No llegué y presencié lo ocurrido.

Estabas por cruzar la calle, vi a un loco manejando a todo lo que da (creo que el pie derecho se le había quedado pegado al acelerador). Y gracias a él, vos morirías, serías atropellada. La calle no estaba vacía, debía haber cinco o seis personas transitando por la vereda. Pero no se escuchaba nada, nada. Solamente el motor de ese desprevenido (no quiero pensar que perverso) conductor que no quería o no podía parar.
Y estabas a punto de ser atropellada, salvo que ese te esquivara, había autos y cruzaste mal la calle, estabas ansiosa, no sé si me habías visto. No sé que te pasaba, parecía que querías terminar con tu vida.
Pero no te dejaste atropellar, porque gracias a Dios frenó, como si todo estuviera premeditado. Fue raro, los autos alrededor seguían rumbo sin inmutarse por lo ocurrido, y el auto que causaría tu muerte frenó con tanta sincronía, con tanta indiferencia; como si vos fueras el rojo que dice tácitamente: pare. Lo hizo a unos diez metros de tu cuerpo. No bajó, ni el auto hizo ruido de súbita frenada, fue todo coordinado (ya había empezado a bajar la velocidad desde antes), esperó que avanzaras, ya era el último auto y tenías toda la calle libre. Con tu peso tardaste en avanzar, no estabas dispuesta a darle las gracias. Pensé que podría cruzar mitad de calle y agradecerle al conductor, la calle estaba vacía, el semáforo del peatón acababa de ponerse en verde. Y lo hice, y crucé pero no llegué a agradecerle. Vos no habías pasado, no habías terminado de cruzar el trayecto que el auto recorrería si avanzase. Y todo fue en un santiamén, no habías tardado nada. Y el auto arrancó, todavía estando su semáforo en rojo, y te arrastró con esa fuerza propia del auto. Y quedaste ahí, tendida en el pavimento, y sin más vos y sin más amiga y sin más penas.

Y el auto siguió conforme a su reglamento, a ese que decía que esperase dos segundos y arrancara. Nadie sabe por qué lo hizo, ninguno de esos desalmados pensó alguna vez qué había pasado. Los autos seguían, ese cuerpo vacío estaba ahí tirado todavía sobre la calle.

Todo siguió normal, todo siguió muy normal.

y con un cuerpo en la calle ya cansado de agonizar.

martes, 18 de febrero de 2014

I felt free

Estaba en lo alto del camino, estaba en lo alto de la aventura. Recién cuando llegué al tercer mirador me di cuenta que había subido solo, que había caminado completamente solo (o por lo menos sin compañía conocida). Me senté a apreciar el aparentemente apacible paisaje. Pero quería seguir subiendo, nunca me conformaba. Noté que la gente se quedaba en ese lugar, que no estaba dispuesta a continuar caminando y cansando (como ellos decían) las rodillas. Escuché que querían bajar. Unos por falta de entusiasmo, otros porque tenían hijos de cuatro o cinco años que a la larga "estorbarían" la caminata. Otros tal vez por cansancio, incluso por hambre. Yo, en cambio, era fuerte (me repetía a mí mismo), y seguí. NADIE había seguido conmigo (nadie ni siquiera como compañero de viaje, no tenía por qué conversar). Pero era uno de esos momentos en que uno más bien busca la soledad para pensar. Con esa reciente idea en mi cabeza volví a mirar hacia abajo y me sentí feliz de continuar. Ni me acuerdo qué sentí, tal vez alegría, tal vez placer; o tal vez esa mezcla rara de orgullo y narcisismo que uno siente por "ganarle" al resto (hasta evitando pensar que los otros también podrían haber continuado, pero en definitiva sabiendo que todo se hizo para satisfacer al temerario orgullo interior).

Y pensé muchas cosas, aunque nada nuevo. Seguí caminando con ese líquido en mi cara que me pertenece. Ahora lo único que escuchaba eran mis propias pisadas sobre esas piedras que no terminaban de romperse. Ya no sentía ni dolor ni ausencia de nadie, ya no me sentía solo. Alguien me estaba llamando, alguien me estaba llamando nuevamente. No lo había escuchado hasta ese momento, no había tenido ni siquiera la amabilidad de darme la vuelta. Me había seguido todo el camino, era un fiel amigo que nunca falla. Recién ahí (precisamente) lo empecé a escuchar, o por lo menos lo empecé a no ignorar
Al principio le pregunté qué quería, no quería su compañía: me quería sentir independiente. Hasta creo que largué de mi boca un ¡QUE NADIE ME MOLESTE!. Pero entonces supe que no era nadie, que no era alguien, era Él: simplemente mi amigo. Ahora me doy cuenta que también mi maestro.
Le agradecí y me detuve, bajé, como si mi encuentro con Él me hubiera abierto los ojos, me hubiera despertado, me hubiera dicho cuidado, me hubiera dado un fruto nuevo, tal vez un caramelo de la felicidad.

Entonces aunque cansado salté de alegría, más cuando me frenó y no me dejó seguir adelante, en realidad sí me dejó (pero me terminó convenciendo).

Más cuando su aparición sorpresiva me dio la llave para el no suicidio.

¡Más cuando me perdonó! 

viernes, 7 de febrero de 2014

Anochecer

Tuve por suerte la curiosidad y voluntad de caminar hasta ese banco. Ese banco lejano donde se habrán sentado parejas jóvenes, viejas; incluso tal vez pequeñas. Pero sabía que ese día sería distinto, ese banco se llamaría de otro nombre, como también se llamó de otro nombre a ese escritor analfabeto cuando publicó (aunque no sin un poco de arrogancia), esa tragedia. Cuando fue publicado Romeo y Julieta.

La vi sentarse, ya estaba bastante lejos de mí, incluso me daba la espalda. En ese momento decidí pensar, pensar qué había sucedido entre nosotros; entre eya y llo. Me lamenté, me cuestioné por qué no había empezado esa tarea (hablo de pensar), un tiempo antes; cuando las cosas no habían llegado a agravarse (por lo menos no tanto). También pensé en el momento en que la conocí, me dije a mí mismo que sería afortunado si mi padre me diera una oportunidad y volviera el tiempo atrás. Es sumamente importante (bajo mi punto de vista) dejar por escrito la obviedad de no querer empezar otra vez, sino dar el hecho como verdadero, o sea aceptarlo. Francamente me daba cuenta que no iba a ser fácil vivir con esa derrota, pero desear lo que en definitiva no sucedió, sería (otra vez: en definitiva), mucho más dañino.

No me acuerdo mucho del momento, lo digo para que después no haya reproches que valgan, y también lo digo para no desilusionarte. El momento fue tenso, me acerqué despacito para no caerle de sorpresa, tampoco sabía (esta sería mi otra razón) cómo reaccionaría. Para mi fortuna me recibió bien; no sería justo admitir que estaba un poco loca, no sería justo ni por ella, ni por mí (yo había sido su novio). Igualmente (como la terquedad en el hombre insiste siempre), en ese momento no tenía ni vaga idea de lo imbéciles que éramos: ella y yo (por lo menos en ese momento).

Me senté a su lado pero no reaccionó con sorpresa; por lo tanto dejó implícito que ya sabía dónde me hospedaba (me refiero a esos cinco minutos). Siempre había sido muy susceptible a los cambios de planes, a las apariciones, a algo que no estaba preparada a encontrar. Yo estaba a su lado como fiel compañero; de hecho todavía me enorgullezco por eso. Ahora sé que siempre estuve, siempre fui leal a la hora de acompañar. También me acuerdo que sonreí, no estaba preparado para rechazarla, no quería abandonarla. Todavía (valga la rebundancia: por mi tozudez) no sé si me había quedado con ella simplemente porque no sabía con quien estar, porque no sabía qué hacer, porque en la vida estaba aburrido o quizá porque realmente había dejado mi orgullo de lado.

Eso ahora no importa, ahora me encargaré del hilo de lo ocurrido y de lo que me produjo (sólo por un ratito) piel de gallina y escalofrío.

Le presté mi abrigo porque noté que tenía frío, creo que me dijo gracias pero no me importó escucharla: yo sabía que había dado lo mejor, había dado lo mejor de mí, lo que tenía, lo que me correspondía entregar. Y también estaba tranquilo porque alguna vez ella me había demostrado que se daba cuenta que me preocupaba siempre (más por ella que por mí). Dejó de mirar el pasto o el principio del lago (quién sabe qué), y miró para arriba. Me gustaba ese cambio de mirada repentino, yo lo entendía como una invitación a conversar, o tal vez una simple muestra de reconocerme como su compañía; como cuando nos tiramos para atrás en una conversación y nos disculpamos (sea todo para no dar la espalda).

Había empezado a llover, pero sólo unas cuantas gotas (nada "grave"). A mi me gustaba, siempre me gustó la lluvia, aunque sean esas pequeñas gotas que al principio molestan. Mi amiga se envolvió más en mi campera. La conocía, preví que sería más fácil dejarla sola, era lo que estaba buscando, había vuelto a mirar el piso, esto me dijo que me tenía que marchar. Que ya no insista más, ya todo había acabado.

Escuché un ruido y otro y otro, tan sincronizado como el ruido de algo que tarde o temprano estallará. Abrí bien los ojos porque me estaba imaginando lo peor, en una película habría creído que sería una bomba. Pero dejé de pensar por un momento, se escuchaba muy bajito y quizás era sólo una idea mía. No era lógico que hayan puesto una bomba. Me atreví a pensar que estaba algo paranoico. Pasé mi brazo izquierdo por detrás de su cuerpo, intentando un pseudoabrazo. Sólo esta vez y siempre hasta entonces (si el oxímoron está permitido), empecé yo la conversación; que por cierto se tornó aburrida ya que ella se limitaba a contestarme con monosílabos.

La combinación del anochecer y la brillantez del lago hacían un utópico escenario de la pequeña historia, que estaba a punto de empezar, que se estaba a punto de gestar. Y yo me lo perdía, simplemente por mirar a mi compañera. Ella miraba hacia allá, pero yo buscaba y buscaba excusas que defendieran mi visita inesperada.
Llegó un momento en que mi inteligencia me explicó que ella quería que sea yo el que volviera a empezar la conversación, que era muy orgullosa para decir las primeras palabras. Entonces no lo hice: típico.
Me parece que se había sentido incómoda con el final de nuestra reciente ulterior charla. Entonces ahora sí se dignó a empezar.

- ¿Qué te pasó? - me preguntó con indiferencia. Me enojé. "Maldita", pensé. Ella sabía bien qué había pasado, qué había hecho que yo cambiase de opinión, cómo todo había terminado.
Tuve que contestar, ella había vuelto a aprender a hablar.
- ¡Qué pregunta! ¡qué pregunta! - y paré, no me convendría decir mucho más.

Y lo volví a escuchar, por un milisegundo pensé en "ya basta" acordándome que era un ruido que me había molestado anteriormente; y tal vez pensando en que era un bicho (dentro de esa misma porción de segundo). Tuve miedo, se escuchaba muy fuerte y me aterrorizaba que mi compañera no lo escuchaba. O quizá sí, pero no hacía nada al respecto (como si todo estuviera normal).

- ¡Qué linda noche! - escupió esas palabras en el momento menos propenso. ¡Ya le había dado oportunidad de hablar! ahora había que preocuparse. - Ahora vengo, no te preocupes - me acuerdo que hasta esperé que me mirara con extrañeza. No lo hizo, siguió mirando quién sabe qué (para adelante).
Me sentí solo, la persona que yo iba a "salvar" ni siquiera me miraba, ni siquiera estaba al tanto de lo que pasaba.

Pensé en primero investigar por debajo del banco. Había mucho pasto, tuve que escarbar con la mano y tantear hasta encontrar un objeto cuadrado (en ese entonces yo las bombas me las imaginaba así).
Pero nada, aunque ciertamente la bomba o ese ruido extraño sonaba cada vez más fuerte. Busqué y busqué, debajo de las plantas o pasto alto. Busqué pero no encontré; en ese momento quise odiar el dicho: "el que busca, encuentra".

Ya era imposible que mi (me parecía que ya no) amiga no escuchara aquel ruido, que por cierto ahora sonaba como un terremoto. Me senté a su lado y se me pasó por la cabeza que había sido ella misma quien había ideado todo. Mi pulso se estaba acelerando más que velozmente, lo prometo. Y mi manía de preocuparme se estaba yendo al diablo.
Y opté por quedarme sentado, quedarme esperando. Esperando ver tal vez el regalo que el destino me tenía preparado, pero ya no (lo aseguro) buscando esperar una reacción de mi formal compañera.

El sonido del explosivo empeoró. Ya no sabía si era mi imaginación la que hacía que se agrave el ruido o ese bochinche era verdadero.

Y así ocurrió, no sabía si preocuparme de mi pulso o del sonido de la bomba que cada vez lo sentía más dentro mío. Y así ocurrió.

Nunca supe si morí sordo o felizmente con ese estallido tan particular.

Autofilmación

Me filmé durmiendo, como si estuviera loco. Curiosamente puedo decir que esta vez no fue en vano mi autofilmación. Noté cómo me revolvía en las sábanas, sin saber (evidentemente) dónde terminar. Noté cómo mi cuerpo se deslizaba en ese colchón roto. Percibí cuasi telepáticamente cómo se había desarrollado mi sueño. Noté que ni siquiera había tenido frío, no sé cómo lo hice, pero lo noté: simplemente me di cuenta. Entonces me enteré que a esa hora, a esa específica hora, a esa rara hora me había quedado quieto. Sin hacer ruido, sin chistar, sin gritar, sin gemir, ¡sin sufrir más!.

viernes, 31 de enero de 2014

Dadi Ruges

Dadi Ruges también era especial, cuando él venía todo se hacía llevadero. Siempre estaba ahí pero nadie lo veía; era como un superhéroe invisible. Lo llamábamos así por inercia o quizá porque en la escuela nos habían enseñado que así le decían y punto. ¡Quién sabe! eran ideas que nos inculcaba el inconsciente colectivo, y que resultaría muy difícil (a la larga) tirarlas a la basura. No sé. Nunca lo vimos, nunca lo identificamos entre la multitud, pero siempre supimos que ahí estaba. Ciertamente nos sentíamos felices y cómodos con él.

Ahora lo extraño, hace ya mucho tiempo que no lo veo, hace ya mucho tiempo que oigo hablar de él como un ser perdido, desaparecido. En los periódicos, en la radio, en la televisión aparece siempre, en realidad aparece su nombre: nunca él. Y ya sabes, no aparece porque es invisible: sólo lo percibimos, sólo sabemos cuándo está y cuándo no está.

Al principio no me percaté de su ausencia. Por suerte en mi barrio no lo necesitábamos. Pero más tarde empecé a escuchar que mis amigos hablaban entre ellos. Ellos me contaban que estaba afuera, que nunca volvía, que se había ido de Argentina, que simplemente se había marchado. Al principio no me importó nada, pero pasaron unos días y me empecé a preocupar. No lloré, todavía no lo extrañaba.

Sabía que pronto lo iba a extrañar. Nunca había sido un gran amigo mío. Yo tenía otros amigos, pero él siempre estaba ahí, preguntando si podía visitarme: nunca fallaba.

No sé que le pasó, tal vez se cansó de nosotros: se fue. Tal vez murió, espero que no, le decían "el corazón del pueblo". Por lo menos la gente que confiaba en él.
Siento lástima por ellos, siento pena por él.

Ahora lo quiero, me doy cuenta de su ausencia, ¡ahora sí!, ¡ahora estoy convencido!. Quiero que vuelva.

Esperamos que vuelva: nunca lo habíamos extrañado tanto.

domingo, 10 de noviembre de 2013

who m?

Pintaba el paisaje con sus propios ojos, no permitía que nadie lo molestara. Estaba concentrado en esa hoja de Dalí que tenía mucho para decir (él insistía). Gritos por detrás convertían su trabajo arduo, más difícil todavía. Pero el seguía pintando con sus ojos, no paraba de seguir la imagen y dibujarla a su gusto. 
A las sacudidas de brazo que recibía por hora les daba vuelta la cara, les cortaba el rostro, y más allá (de alguna otra persona inquieta) retumbaba el sonido: "es como luchar contra la pared, dejalo". 
Hasta que no terminaba de pintar esa imagen de Dalí, (y pintaba sólo mirando), no escuchaba a nadie sino para comer y dormir (a su subconsciente, en última instancia).
Había que apurarse y aprovecharlo hasta que se ponía con otra pintura. Porque cuando otra pintura distraía su atención, él ya estaba concentrado en eso otro. A pesar de estos momentos era un buen hombre en él pueblo, todos lo querían. Dicen que algunos le tenían lástima, no sé.

Su artista favorito era Dalí, no lo dejaba tranquilo; lo hacía levantar de su tumba únicamente para excusarse: le decían orgulloso a este otro, lo confieso, por eso nunca yació tranquilo.
No sé qué pasó luego, yo me fui del pueblo. No terminé la novela, no sé el final.

Dicen que murió pintando, dicen que murió en el anonimato, dicen que falleció en el manicomio.
Sólo me acuerdo de su reacción al irme, yo lo admiro, por eso no lo dejo... (en mi mente sigue vivo), 

Lo quiero como a un padre, pero no lo entiendo

viernes, 1 de noviembre de 2013

11

Cuando me dormí estaba lloviendo. Yo estaba feliz, pero hacía días que no dormía: tuve que descansar y no pude ver, por lo tanto, la apacible lluvia. Caí en un sueño raro, no me lo acuerdo para nada, pero era raro (lo aseguro), simplemente por estar durmiendo; por elegir y al mismo tiempo no elegir dormir. Y no estar despierto viendo las gotas caer sobre el tejado de mi vieja casa.
Era 31, creo que de octubre, no recuerdo bien, 'amnésico' me dicen y se burlan (lo negué siempre).

Me desperté con frío. Me acuerdo que tenía la piel de gallina (no solía pasar frío). Miré por la ventana, no sabía dónde estaba, no sabía qué hacía, no sabía de qué me alimentaba. Ahora lo confieso, solía ocurrirme esto, aunque no tanto como esa vez. Me alegré sabiendo que afuera estaba fresco, salí para tomar aire y despabilarme, pero no sin antes abrigarme (la víctima fue mi campera colgada en el perchero, aledaño a la puerta).

Salí por fin y caminé sin rumbo. Quizá, después de todo, sea verdad que tengo mala memoria. No me acordaba (pensaba preocupado), que tenía un jardín, bosque, patio o algo que se le parezca. Minutos después me di cuenta que era un lugar muy grande para ser todo mío. Mi cerebro llegó a la conclusión de que era un bosque amplio (de todos) y yo vegetaba en una casa lejana al pueblo.

Siéndote franco, amigo lector, te cuento que estaba perdiendo las esperanzas. Tenía un vago recuerdo de mi familia que me abandonó (aunque para salvarme) y estaba perdido, desorientado, sin saber para dónde rumbear, para qué dirección tomar.

Fruncí las cejas pensativo, ese día no era igual que los anteriores: algo había cambiado. Un recuerdo de la niñez me sacudió el cuerpo. Miré a mi alrededor y encontré los árboles llenos de estupor, las flores llenas de calma, las nubes sonrientes, aunque mi cuerpo seguía perdido.

Miré mi casucha, como con miedo a perder lo único (ahora pensaba) míamente mío. Los vidrios estaban llenos de vaho y recordé el sillón de adentro. Empezaba a recordar.

Una imagen se desvanecía en mi mente de una mujer abajo mío, leyéndome un cuento y haciéndome reír. Sentados (ambos) en ese sillón ya mencionado. Un fuego caliente, una guitarra sonando alegremente más allá de la habitación, y un niño escuchando atentamente lo que el libro tenía para comunicar.

Di una vuelta sobre mí mismo solamente para ver otra vez el panorama, no quería perder ese sentimiento conmovedor, quería recordar aún más.
Empecé a sonreír sin saber por qué. Mi esperanza volvía a tomar forma.

Añoraba noviembre, créeme, lo extrañaba. Lo reconocí y me sonrió, siempre amigable, siempre con ese aire encantador, siempre compañero, pero viajante.
¿Volver? volvió. Pero hasta el próximo mes.

jueves, 31 de octubre de 2013

La sociedad (2º parte)

SEBASTIÁN SZABÓ - ROBOT MASA
Somos unos pocos los que conservamos nuestro aspecto humano. Los que somos de carne y hueso. Todos los demás se plegaron a la moda, todos son de metal. Todos son robot-humanos.
Desde que el Rectorado aprobó la robotización, hace ya 300 años, todos se fueron operando y adoptaron el cuerpo de metal. De humanos sólo conservan el cerebro y el corazón que ahora bombea un líquido neutro.
Es fácil, es una operación de rutina, no duele nada, me dicen los robots.
- Tenés que probarlo. Unite al mundo.
Desde que la robotización apareció, se modificó el mundo. Todo se rige por ella. Nadie puede ser dirigente si no es robot. Los líderes, los artistas… todos son robots. 
Somos unos pocos los que no nos robotizamos. Nos miran raro, nos ridiculizan.
Hace tres días que no veo a Urla. La extraño. Es la primera vez que desaparece.
Cuando salgo a la calle, siento que se elevan en mí las miradas de los viejas robots. Viejas conventilleras que no perdieron su “capacidad de chisme y odio”, a pesar de su operación. No entiendo como se enamoran, si no se distinguen los hombres de las mujeres. Como pueden obtener satisfacción de sus cuerpos de metal.
La presión de los medios, de la sociedad, del Rectorado del planeta, para que nos roboticemos es terrible. No nos dejan en paz. Nos apedrean en la calle. Nos arrestan por subversivos. Nos condenan por el solo hecho de no querer cambiar. Con Urla, mi novia, juramos que no cambiaríamos, que seriamos humanos, de carne y hueso, hasta la muerte.
Hace tres meses que no veo a Urla, ya comienzo a olvidarla. La ciudad sigue igual. Todos son robots. Hace mucho que no veo a un humano. Tal vez sea el último de los de carne y hueso.
Tengo que vivir escondido, sólo salgo de noche. Recorro los bares humanos, donde solíamos reunirnos los últimos, y no encuentro a nadie. Todos han desaparecido.
Alguien golpea la puerta de mi casa. Alguien entra. Viene hacia mí.
- Hola – me dice – soy yo, Urla. ¿Te acordás de mí?
No, le contesto, la miro. No puedo creer que sea un robot, ella se ha operado, es una máquina más.
Hace horas que corro. Trato de alejarme de la ciudad, de esa horrible imagen de Urla. Ella me traicionó. No la odio.
No le guardo rencor.
Pobre… la presión era muy fuerte. No la pudo soportar. Me detengo y giro. Vuelvo a la ciudad. Estoy acostado en la camilla. Dos robots me conducen al quirófano.
“¡¡¡¡Extra, extra!!!! El último de los humanos ya es robot” – pregonan los robots canillitas en toda la ciudad.

La sociedad (1º parte)

         Como la naturaleza, como el océano, como tu censura. ¿Qué más me corresponde?. Como mi dolor. Como tu dolor y como el de ella. "¿Hay algo más?" pregunto, en esta naturaleza corrupta, y en esta sociedad que todo lo impone. Quizás sea ella (la sociedad), quizá sea yo, el idiota, el malentendido. No sé.

         Mañana es otro día, ¿te acordás?. Pero no parece, todos los días son iguales, todos somos iguales y no hay diferencia (ella me lo explicó).

         Ella es cauta, pícara, una corriente fuerte (ya lo creo) que nos arrastra hasta el hartazgo. El problema es que tiene fuerza de atracción, cada vez estamos más unidos, pero no como hermanos, sino como células: eso es lo triste.

         Tal vez es hora de aprender a ser iguales, tal vez es hora de rendirnos (porque ella aconseja eso) ¿no te parece?.

No me escuches, no me leas, sólo pensalo. Pensate igual que los otros y admitilo, somos iguales.

¿Qué aburrido no?

jueves, 20 de junio de 2013

Fue triste, pero así fue

Es cierto que es un detalle menor pero no deja de ser importante, es cierto que caminar tendiendo a desviarse un poco es dañino, pero el ser humano siempre fue así y seguirá siéndolo, sino no hay objetivos, no hay espera, no hay deseo y no hay ilusión. Hay algunos que caminan con muy poco de desviación, como si el camino fuera una línea trazada en lápiz sin regla, pero también existen los que no saben donde ir y ni siquiera quedan quietos, para descansar, sino que caminan para el lado contrario, siendo esto todavía peor.

Cuenta la leyenda que Aminar, un gran caminante empedernido, fue en busca de un tesoro y se dispuso a caminar y luchar cuánto sea necesario para llegar a ese lugar idílico, o a ese objeto idílico, porque valía la pena, se daba cuenta que sin él no podía vivir, entonces si no había otra salida, moriría, pero en esta vida no estaría sin él, ya no más. Entonces emprendió su largo viaje, lleno de incertidumbre y temor, pero con un corazón valiente y dispuesto a dar todo de sí para lograr que ese sueño se hiciese realidad. Pero estaba asustado porque no sabía qué pasaría, fue sólo una suposición de él (estaba casi seguro que tenía que ir de esa forma, a ese lugar y comportarse de tal manera, acorde a su valentía, pero nunca llegó a plantearse por completo cuán peligrosa era la situación).

Parecía que todo andaba bien, parecía que ya estaba a punto de conseguir lo deseado y llenarse de felicidad, porque (según él), desde que encontrara ese tesoro, su felicidad aumentaría a tal punto de olvidarse que antes había estado triste, de olvidarse de las palabras: tristeza y depresión. Pero en relaidad nunca sabemos la verdad, lo podemos imaginar, porque a todos nos pasa. Ya se había jugado, no podía volver atrás, había caminado hasta el final de un sendero que finalizaba en un precipicio, y a pocos metros estaba la continuación. Había empezado a llover, por eso no podía retroceder, la continuación estaba a tres metros, él podía saltar pero tenía que tomar carrera, no podía hacerlo, no podía volver para atrás, estaba muy roto el camino por donde había pasado y se rompería más. Lo llenó una angustia de repente, se daba cuenta que nadie se acordaría de él, que no se acordaría de él quién quería, y este tesoro sería de otra persona, alguna que sea tan valiente como él pero lograse llegar, alguna que vaya más preparada y no hiciera una búsqueda tan fugaz y poco precisa (como hizo él).

No quería mirar hacia abajo, pero con tono pesimista sabía que lo esperaba el vacío, el precipicio, y la infelicidad, lo esperaba la infelicidad y la destrucción, el desasosiego ya lo perturbaba...

La infelicidad de darse cuenta que no estaría con esa mujer, ya no había consuelo que valga, ya no había intento que valga.

Fue triste, pero así fue...

domingo, 16 de junio de 2013

¡Aprender!

Era un anciano pobre pero rico de corazón, arruinado físicamente pero puro por dentro. Aunque muy lento, no paraba de caminar; todos los hombres que lo veían, lo admiraban. Admiraban sus ganas de seguir peleando por la vida y además con ganas de avanzar, si bien estaba derruido y cansado. No tenía familiares, éstos habían fallecido hacía un par de años, aunque conseguía amigos todos los días, mostrando honestidad y benevolencia en cada actividad que realizaba. Su sonrisa no desaparecía y su comprensión permanecía sumamente vivaz.

Me acuerdo del día que lo conocí:

El viejo hombre estaba apoyado en un árbol, sentado, leyendo, demostraba serenidad y paz interior.  Frente a él, tres chicos se pusieron a patear una pelota, simulando fútbol con dos arcos todavía no preparados. Parecían chicos sanos, humildes y felices, tenían 11 o 12 años, su sonrisa demostraba felicidad. Pero encontré en éstas maldad y burla, que nada más servían para hacer sentir mal a alguien, una sonrisa hipócrita en algunos casos e hiriente en otros.
Al ver que los muchachos, jugando al fútbol, no tenían ningún objeto con qué delimitar el arco, les ofreció su libro para ponerlo en su lugar, pero les pidió afablemente que no lo pisen, que no lo pateen.

Él, en el árbol aledaño a uno de los que los chicos usaban de arco, se dispuso a ver cómo jugaban y permaneció sentado inmóvil, divisando el juego y añorando sus años de juventud.
Después de unos minutos, la pelota se colgó en el árbol donde el viejo reposaba, en su actual árbol.
Sin pensarlo dos veces se paró lo más rápido que pudo para buscar una solución y vio a los chicos enojados. Discutiendo y al mismo tiempo encontrando cada vez más difícil la idea de bajar la pelota, al viejo se le ocurrió una idea: golpearían ésta con otra pelota, pero ya que ésta última no existía, entonces sería una piedra. Así entonces, con una piedra que encontraron en el piso, lograron bajar (después de varios intentos), la pelota que había quedado atascada.

Entonces todo andaba muy bien, hasta que llegó un hombre, de esos cuidadores de plaza, de esos que ponen orden y arreglan las cosas para que todo salga bien. Pero éste no era precisamente un buen hombre, alguien sensato, sino que quería que el viejo y los chicos se vayan porque habían estado mucho tiempo, y había otra gente que podría estar queriendo usar ese lugar para comer, por ejemplo.

Acá fue cuando el viejo se volvió a parar y le pidió amablemente que los dejara jugar, o por lo menos hasta que efectivamente haya otro que los saque. Pero el cuidador fue reacio a cualquier intento de dejarse convencer (vale destacar que ese cuidador era yo).
Mientras que el anciano me intentaba convencer, muy amablemente (valga la rebundancia), yo veía atrás a los chicos pateando un libro, el libro que después me enteré: era el que el viejo le pidió especialmente que no lo pisen.

Conclusión: el viejo intentaba convencerme y los quería a los chicos tanto como para defenderlos y peleaba porque sigan allí (aunque no los conocía). Los quería mucho y había sentido afecto por ellos, y sin embargo los muchachos le destruían su libro, su único amigo del día.

jueves, 6 de junio de 2013

¡No lloró!

Había pensado en tener ese hermoso vestido blanco cuando se casara, pensaba (ya que desde chica la educaron bien) en que su vestido de matrimonio se deslizaría por el piso hasta llegar al altar, pero no sólo eso, sino que éste (por supuesto) sería blanco, un blanco indistinguible que reflejaba pureza, responsabilidad.

Lastimosamente creció en un ámbito inadecuado, con un grupo de amigos que la estimulaban al otro camino, a tomar por un camino sinuoso, engañoso, lleno de errores. Lo más triste es que no se daba cuenta, ellos no eran sus amigos. 
Al paso de los años fue cambiando de idea, o la fueron cambiando, la convencieron de lo contrario, con excusas como: ¿para qué?. Al principio no bajaba la guardia, no se dejaba conmover o alterar por las opiniones de sus "amigos", pero después fue aceptándolos poco a poco para entrar otra vez en el grupo, "como cuando era más chica" pensaba, pero sin darse cuenta que los chicos habían cambiado.

Fue a los 16 años cuando decidió contradecir su formación (la que ya parecía estable), contradecir los consejos y casi obligaciones que le habían "inculcado" (como ella lo veía) de chica, lo que le habían enseñado se acabaría, y se acabó ese 6 de junio, tan rápido como cruelmente y tan lento como placenteramente.
Pero no lloró, yo lo hubiera hecho. Se sintió bien, parecía ya haber olvidado todo lo que le habían dicho, o simplemente se olvidaba paulatinamente de su importancia. "¿Para qué?" seguía pensando y se acordaba de sus amigos, "ellos tienen razón".

miércoles, 5 de junio de 2013

"...sin esperanzas"

Se había echado para atrás, esa historia, lo que a él le estaba pasando no era sólo una novela, no era una novela, era real. Consiguió unir lazos y salió caminando para la casa de Smith, un gran amigo. Estaba llorando, un gran rostro pero perdido de belleza, sólo por su apariencia, sólo por esas tristes lágrimas en la cara, había sido un buen hombre pero estaba lastimado, lo habían abandonado. Caminando cabizbajo entendió que él no había tenido la culpa, pero sí la había tenido por elegir semejante mujer. Vio dos puntos a lo lejos (no hablemos de neurótico, estaba soñando, estaba imaginando indignado), dos colores (para ser más preciso). Dos colores amargos, que a cualquiera le darían angustia, el negro y el marrón café. Tomó la iniciativa y siguió ese destino, esos colores que algo le decían, pero no quería hacerlo, ya no había otra opción.
Caminó deprisa para hallar esos puntos que se unían, esos puntos inimaginables para el lector pero tan perfectamente visibles para el personaje. No se había percatado que lo seguían desesperados, pero él iba más rápido, esos puntos divergentes que no terminarían tan pronto (no saldrían de su cabeza tan rápido como entraron).
Pero insisto, lo seguían, lo seguían otros dos colores: amarillo y verde, tan alegres que me es difícil describirlos.
Éstos no lo alcanzaron, el amor, el perdón, todo había quedado perdido cuando el muchacho infeliz se enfrascó en los colores de adelante, los más fáciles de ver, la tristeza, la infelicidad, la amargura y la angustia.

viernes, 31 de mayo de 2013

Algo nublado

Era una de esas noches espantosas, de esas noches que rezongan para arruinarte el día, para hacerte sentir mal, por eso estaba escribiendo. Pensaba en esas ideas metafóricas y en esas indirectas que alguna vez no te dije, y que lo tendría que hacer prontamente, pero sólo pensaba. El día lo recuerdo bien, fue hace más de un año pero esa noche se selló en mi mente como el primer beso tuyo. Pensaba qué había hecho mal y rezongaba, y la tétrica noche me daba la mano, me ayudaba con esa horrible depresión, me estimulaba a seguir mal. Ya había pensado en irme a acostar para reponerme, porque no tenía nada para hacer, era un día infeliz, lleno de imperfecciones, estaba deprimido viendo cómo el cielo se llenaba de estrellas comunicando aburrimiento y soledad. 
Aunque también pensé (y esto me subió un poco el ánimo), que nosotros dos estábamos bajo una misma estrella, obvio pero tranquilizador. "¿Y esto de qué me sirve? todos estaríamos bajo una misma estrella" pensaba, "...pero yo quiero compartir mi vida con vos", "...ser personalmente tuyo, y estar con vos en la intimidad". Obviamente estos pensamientos de nuevo catastróficos me arruinaron el panorama, mirar por la ventana y ver esa noche me deprimía, el silencio y la oscuridad me estaban matando. 
Odiaba estar bajo ese ambiente, era mi propia casa pero me obligaba a pensar en mí. 
Lo confieso, me acuerdo pero no tanto de ese día espeluznante, la noche me estaba arruinando aunque nunca creí que sería mortífera, más bien la veía inofensiva e inocua. Además estaba acostumbrado a esa soledad, y (según yo mismo) ya me había adecuado, ya era feliz. 
Pero este día me dijo lo contrario, pensaba en métodos para no estar deprimido, pensaba en esos amigos que ahora no tenía por estar completamente aislado y ser tan exigente. Ahora lo veía, era un infeliz, ya no merecía más sermones de la vida, ¿para qué sirve? todo a la basura, ¿para qué existo? no sé (yo seguía filosofando tristemente).

No importa, conclusión: simplemente por ese amargo día (más bien por la amarga noche), decidí algo inimaginable, algo que nunca antes se me había cruzado por la cabeza, acabaría con mi vida.

Y así hice, simplemente con una soga atada de manera muy especial, ¡sí! ya me había convertido en masoquista y suicida.

Aunque ahora puedo contar esto, ¡sí! puedo contar esta horrible historia porque nunca lo pensé... Nunca se me cruzó por la cabeza, porque vivo alegre, agradezco la vida, es lo mejor que me pasó y para colmo vos existís, entonces sonrío y soy feliz.

viernes, 17 de mayo de 2013

Réquiem para el nihilismo

Una vez más tirando a la basura las horas, me digno a escribir esto, acá en el blog. Ya sé que sonará muy rebundante decir que hacerlo es en vano, pero lo intento nuevamente. Ya sé también que no tengo nada para decir pero siento que ese nada es lo que escribiré, y finalmente será fructífero. Ese "nada para decir" es lo que me identifica. A continuación escribiré una historia tal vez metafórica, les aconsejo que no se aferren tanto a esta lectura porque quizá quedan paranoicos, ¡MENTIRA!, reflexionen sobre la misma y entreténganse:
"Ayer fue un día lluvioso" escribía Jacinto y pensaba, estaba con la mirada fija en los azulejos del suelo. "Ese día, mañana y ayer tienen que cambiar...". No había advertido que al día siguiente tenía prueba de química. Él tan concentrado, seguía pensando en esa muchacha tan perfecta. Esa muchacha, el recuerdo de esa hermosa silueta lo estaba destruyendo paulatinamente, había absorbido sus más tenues recuerdos, y quién sabe por qué, lo hacía una persona más amarga dentro de su grupo de amigos. No paraba de pensar en esa persona tan especial y sonreír al ver alguna de sus fotos.
Fue el gato (te adelanto) quien, con esa excelencia de entorpecer fácilmente, por fin lo distrajo de sus ahora siempre iguales pensamientos y reflexiones; tirando la campera llena de monedas al piso, consiguió llevar a otro lado y distraer la atención del muchacho cegado por su enamoramiento. 
"¿Qué me pasa?" pensaba, "...mis amigos no se ríen como antes, no me escuchan como antes", "...no se divierten al estar conmigo" - Es cierto - contesté, sentado en el sillón contiguo pero atrás de él, todavía no me había visto, se asustó y volteó tan rápido como pudo - la vida no tiene sentido alguno - proseguí casi sin interrupciones - ese escepticismo es lo que hay que entender. - y continué - ¿para qué sirve la vida? ¿para amargarse? ¿para sufrir? ¿para qué vivimos? - ...pero él, con ese aire de novela, con ese estupor y confianza, con ese ardor flamante de confianza en Dios, cerró mi puerta con llave, no fue engañado por mí, por el demonio, sino hizo la cosa más sencilla:
Me evitó, casi sin problemas, volvió a sus viejos pensamientos y comenzó a vivir, otra vez a vivir.
                                 ...y tachó "Nihilismo", ¡Sí!... de su gran diccionario

domingo, 5 de mayo de 2013

Así ocurrió

Cada vez duraban más las clases, cada vez las horas se tornaban más aburridas y monótonas. Ya tenía que pensar alguna forma de sobrevivir. Ya sea el silencio, o el no ruido o el no murmullo, algo me molestaba en esas clases, me sentía deprimido y triste, tenía que hacer que algo cambie. Todos mis compañeros estaban en la misma situación (al principio pensar esto me reanimaba), pero tempranamente me di cuenta de que yo tenía que cambiar, no servía conformarme con lo que les pasaba a mis compañeros, más tarde noté que nadie hablaba del tema. Sólo en los recreos podíamos hablar entre nosotros o hablar con el profesor, pero no dialogaban o no dialogábamos sobre lo aburrido que era la clase (Lo que previamente yo había supuesto que pasaría pero no ocurrió, entonces entré a desesperar). Parecían adaptarse rápidamente, ¡tenían y tienen mi edad! ¡no pueden ser tan distintos! y me acordaba que no eran distintos, y me enteré que a  me pasaba algo, y tendría que averiguarlo pronto.


Conclusión: Así ocurrió, hasta que no pude hacer nada, hasta que no puede adaptarme a esa horrible situación y hasta que no pude hablar con mis extraños amigos. Hasta que no pude entender qué había cambiado y hasta que no pude entender la situación de mis compañeros...

...y en definitiva, así ocurrió. 

martes, 30 de abril de 2013

habían sido tres veces

Cuando discutimos por tercera vez sobre qué íbamos a decir, quedó fijo, ¡Sí! Esta respuesta quedó inmóvil, no fue modificada. Habíamos estado tres veces en la misma situación, pasando por amistad, discusión y por último, discordia. El engranaje de nuestra amistad había sido disuelto, había quedado desenganchado y ya notábamos antigua esta palabra, notábamos antigua esta relación entre nosotros, ya no éramos los mismos que antes, ya veíamos lejana la amistad y ni encontrábamos posible una situación igual, no entendíamos cómo pudo haber funcionado la amistad entre nosotros, esa palabra se volvió inconclusa y extraña, sucia y engorrosa en nuestra diaria relación. Pero nos quedaba una opción, por ejemplo, sin tener como objetivo la palabra "discordia" (Como habíamos mencionado anteriormente), podríamos decir que éramos "compañeros de trabajo", compañeros que hacen las cosas bien porque están con otro, con otro responsable. Pero en realidad te quiero adelantar, finalmente no conseguimos lo que nos propusimos, la relación diaria se había vuelto monótona y aburrida, parecido a estar frente a un perro que no hace más que morder su hueso. Entonces decidimos salir adelante con nuestro trabajo, con ese trabajo que todavía no había sido terminado pero que podríamos otra vez intentar realizarlo en grupo. ¿Y por qué? pensaba yo, ¿Por qué amistarme de nuevo si habían sido tres veces? " Habían sido tres veces... habían sido tres veces... " Esta misma frase palpitaba en mi cabeza sin entender qué quería decir, pero lo entendí, ¡De veras lo entendí! Cuando viví el momento, cuando ocurrió por tercera vez, (y te cuento, el intento no fue nada cómodo, fue escalofriante, fue drástico y hasta mortífero)

sábado, 20 de abril de 2013

¿Llegaremos?

Estábamos a tres cuadras del cielo, sólo faltaban tres cuadras ¿Podés creer?. ¿Pero cómo sabíamos? El cielo se gana pero nunca se sabe a cuánto alguien está de él, nunca se puede saber cuánto te o le falta para llegar y tocarlo al fin. Es cierto, lo tengo que admitir, éramos codiciosos, sumamente codiciosos y renegados y tengo que admitir que no sé por qué, no sé cómo Dios me y nos perdonó los pecados tan rápido, fue una búsqueda somera, realmente así fue. Nos habíamos confesado, habíamos cambiado de actitud de un día para el otro, el esfuerzo fue inaguantable (para decirlo de alguna manera), pero valioso, en definitiva valió la pena. Entonces no encontrábamos ninguna razón lógica, tanto que hasta llegamos a dudar si ésta, tal vez para nosotros en ese momento entelequia o paradoja, era realmente cierta, o era puro engaño, probablemente era pura argucia. Tal vez nos habíamos hecho una idea errónea como tantas que la gente siempre se hizo para averiguar para qué estamos hechos, para averiguar si Dios está contento con nosotros, para averiguar el sentido de la vida. ¡Tanto habíamos corrido! Estábamos exhaustos, y lo tengo que decir con aire de franqueza, y es la primera vez que escribo tamaña confesión: estábamos muy cansados, muy cansados de pelear, muy cansados de buscar la verdad en este mundo tan falso y tirano. ¿Entonces qué ocurrió? Paso a explicarlo en orden cronológico, si tuviera que caracterizarlo diría que fueron los mejores minutos de mi vida. Estábamos llegando al cielo, agitados pero contentos, con ansiedad y no nostalgia, con ganas de abrazar a quién nos abra los brazos para hacerlo, habíamos sido muy queridos, pensábamos bajo nuestro único techo de egoísmo. Estábamos contentos porque llegaríamos, siempre quisimos hacerlo pero nunca habíamos sabido a ciencia cierta cuánto nos faltaba; pero ahora lo sabíamos, estábamos muy contentos. Y ahora nos pusimos a hablar de lo tontos e inútiles que serían los que no llegaban, estábamos contentos porque éramos los únicos, y que los otros se pudran... En realidad no podíamos creer lo siguiente: A lo largo de nuestro inmenso y casi interminable camino tuvimos la horrible oportunidad de cruzarnos con gente de buen gusto, que nos trató bien, muy bien y aún así retrocedieron, personas buenas a quién nosotros tratamos con sarcasmo. Y después de tratarnos bien retrocedieron. Entonces llegamos, la puerta estaba abierta, tal como lo habíamos previsto, lloramos de emoción por al fin estar cómodos para siempre. Pensábamos en este lugar como lleno de "magia" y comodidades. Y había ocurrido tal cual lo habíamos intuido: Había alguien en el umbral de la puerta, esperándonos con los brazos abiertos, literalmente. Fuimos los dos corriendo, tan rápido cómo pudimos, y allí ocurrió la "magia", allí ocurrió este hecho: No quisimos abrazar a quién nos esperaba, cuando lo vimos a los ojos lo odiamos, odiamos todo el lugar, odiamos ese aire de confianza tan engañoso, odiamos tanto como odia el que nos estaba esperando, odiamos a todos y todos nos odiaron. Esos ojos rojos llenos de fuego e ira, esos ojos del demonio. Pero una vez frente a él no quisimos retractarnos, esta manera de odiar nos parecía confortable, nos miramos entre nosotros y sonreímos porque estábamos en el infierno, el cielo se había convertido en infierno, y todas las personas que nos habían tratado bien, eran quienes fueron al cielo directo. Nos equivocamos de camino pero este era nuestro fin, esto era lo que merecíamos y lo que en definitiva queríamos: El odio, la maldad, la ira, el rencor, la muerte. Y como si fuéramos dueños del infierno entramos despaciosamente, ya habiendo eludido a la otra figura que nos llamaba diciendo que podíamos todavía cambiar de opinión, Dios nos llamaba haciendo entender que el demonio no es nada para Él y que podíamos permanecer en su casa. Pero una vez entramos, permanecimos, ya no podíamos volver, ya no podíamos elegir, seríamos infelices. Se cerró la puerta detrás nuestro, ya estaba dicho, nos hundimos en esta horrible depresión, en esta infelicidad del infierno, el demonio había ganado, y nosotros habíamos caído en la trampa, en el egoísmo, en el infierno.