jueves, 6 de junio de 2013

¡No lloró!

Había pensado en tener ese hermoso vestido blanco cuando se casara, pensaba (ya que desde chica la educaron bien) en que su vestido de matrimonio se deslizaría por el piso hasta llegar al altar, pero no sólo eso, sino que éste (por supuesto) sería blanco, un blanco indistinguible que reflejaba pureza, responsabilidad.

Lastimosamente creció en un ámbito inadecuado, con un grupo de amigos que la estimulaban al otro camino, a tomar por un camino sinuoso, engañoso, lleno de errores. Lo más triste es que no se daba cuenta, ellos no eran sus amigos. 
Al paso de los años fue cambiando de idea, o la fueron cambiando, la convencieron de lo contrario, con excusas como: ¿para qué?. Al principio no bajaba la guardia, no se dejaba conmover o alterar por las opiniones de sus "amigos", pero después fue aceptándolos poco a poco para entrar otra vez en el grupo, "como cuando era más chica" pensaba, pero sin darse cuenta que los chicos habían cambiado.

Fue a los 16 años cuando decidió contradecir su formación (la que ya parecía estable), contradecir los consejos y casi obligaciones que le habían "inculcado" (como ella lo veía) de chica, lo que le habían enseñado se acabaría, y se acabó ese 6 de junio, tan rápido como cruelmente y tan lento como placenteramente.
Pero no lloró, yo lo hubiera hecho. Se sintió bien, parecía ya haber olvidado todo lo que le habían dicho, o simplemente se olvidaba paulatinamente de su importancia. "¿Para qué?" seguía pensando y se acordaba de sus amigos, "ellos tienen razón".


Pero cuando llegó el día de la boda, su casamiento ya esperado por todos, después de haber pasado por tres novios y abandonarlos como cigarro cuando llega a su fin; se presentó con el vestido blanco, ese blanco hermoso pero tan sucio interiormente.
Nadie sabía nada, sólo lloraban por tener una hija tan responsable, y agradecían en voz baja. El vestido parecía sacado del cielo, tan perfecto, sin arrugas, sin manchas, un blanco tan claro que reflejaba (a la vista de todos) pureza, perfección y santidad.

Pero ella y Dios lo sabían: ese blanco no era más que una simulación, ya sabemos, por dentro estaba desteñido, sucio, manchado de ese 6 de junio, sólo eso. Pero ese día terminó mal para ella (aunque no lo sentía), terminó engañando a todos, siendo sumisa a los consejos hiper-incorrectos de sus "grandes amigos".

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