miércoles, 25 de junio de 2014

Las vidrieras

Detrás de las vidrieras y vidrieras. Primero aparecían las miradas recíprocas de él y de ella, después desaparecían, y se elevaban las vergüenzas y cobardías. Después él se comparaba con sus amigos, por la altura; y caminaba derecho para sentirse más alto, tal vez más apuesto. Pero ella sólo miraba otra cosa, esa otra cosa que las chicas ven. Y los amigos no pensaban más que en el partido de fútbol, entonces él se encerraba en su propio egoísmo, tal vez envidia, ese disgusto que sentía de sus no amigos por ser mayores a él, (en altura). Y además creía que los demás querían ser más altos que él. ¡Ridículo!. 

La susodicha no todavía novia se moría de amor, ella había imaginado a su príncipe azul en ese señor tan "elegante", tan fornido; aunque tal vez taciturno. Y mientras esas vidrieras permitían crear noviazgos y miradas un poco más discretas (al menos para los participantes), la muchedumbre, muchachada y personas no ajenas al lugar recorrían los pasillos de la escuela como de costumbre, soñando solamente con que algún día dejarían esa prisión tan infernal, o tal vez tan hermosa.

Primero se acercó el elegante, no fue sino a visitarla, a hablar y a tratar de nosequé. La otra estaba dispuesta. Realmente dispuesta. Pero sucedió en un día horrible, me acuerdo poco. Se quemaba la escuela, el muchacho trató de hacerse el héroe. Sacrificó su no egoísmo en pos de una chica que ya se había retirado. En pos de esa chica tan preciosa y tímida. Nadie la encontraba, decidió entonces inspeccionar. 
La encontró, sí. Estaba en el baño, apoyada contra la ventana mirando fijamente un punto. Él fue y terminó por asombrarse. Ella lo miraba quieta, quieta, firmemente. Se miraron por primera vez de hito en hito. Aunque no era el mejor momento, parecía petrificada, estaba seria, parecía muerta.

Y lo logró, logró convencerla, ella no contestaba, él gritaba y gritaba. Y se ahogó, se intoxicó ahí, bajo ese humo pernicioso, pero con la esperanza de estar acompañando a su amada

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