viernes, 1 de noviembre de 2013

11

Cuando me dormí estaba lloviendo. Yo estaba feliz, pero hacía días que no dormía: tuve que descansar y no pude ver, por lo tanto, la apacible lluvia. Caí en un sueño raro, no me lo acuerdo para nada, pero era raro (lo aseguro), simplemente por estar durmiendo; por elegir y al mismo tiempo no elegir dormir. Y no estar despierto viendo las gotas caer sobre el tejado de mi vieja casa.
Era 31, creo que de octubre, no recuerdo bien, 'amnésico' me dicen y se burlan (lo negué siempre).

Me desperté con frío. Me acuerdo que tenía la piel de gallina (no solía pasar frío). Miré por la ventana, no sabía dónde estaba, no sabía qué hacía, no sabía de qué me alimentaba. Ahora lo confieso, solía ocurrirme esto, aunque no tanto como esa vez. Me alegré sabiendo que afuera estaba fresco, salí para tomar aire y despabilarme, pero no sin antes abrigarme (la víctima fue mi campera colgada en el perchero, aledaño a la puerta).

Salí por fin y caminé sin rumbo. Quizá, después de todo, sea verdad que tengo mala memoria. No me acordaba (pensaba preocupado), que tenía un jardín, bosque, patio o algo que se le parezca. Minutos después me di cuenta que era un lugar muy grande para ser todo mío. Mi cerebro llegó a la conclusión de que era un bosque amplio (de todos) y yo vegetaba en una casa lejana al pueblo.

Siéndote franco, amigo lector, te cuento que estaba perdiendo las esperanzas. Tenía un vago recuerdo de mi familia que me abandonó (aunque para salvarme) y estaba perdido, desorientado, sin saber para dónde rumbear, para qué dirección tomar.

Fruncí las cejas pensativo, ese día no era igual que los anteriores: algo había cambiado. Un recuerdo de la niñez me sacudió el cuerpo. Miré a mi alrededor y encontré los árboles llenos de estupor, las flores llenas de calma, las nubes sonrientes, aunque mi cuerpo seguía perdido.

Miré mi casucha, como con miedo a perder lo único (ahora pensaba) míamente mío. Los vidrios estaban llenos de vaho y recordé el sillón de adentro. Empezaba a recordar.

Una imagen se desvanecía en mi mente de una mujer abajo mío, leyéndome un cuento y haciéndome reír. Sentados (ambos) en ese sillón ya mencionado. Un fuego caliente, una guitarra sonando alegremente más allá de la habitación, y un niño escuchando atentamente lo que el libro tenía para comunicar.

Di una vuelta sobre mí mismo solamente para ver otra vez el panorama, no quería perder ese sentimiento conmovedor, quería recordar aún más.
Empecé a sonreír sin saber por qué. Mi esperanza volvía a tomar forma.

Añoraba noviembre, créeme, lo extrañaba. Lo reconocí y me sonrió, siempre amigable, siempre con ese aire encantador, siempre compañero, pero viajante.
¿Volver? volvió. Pero hasta el próximo mes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentar no muerde...