Simplemente te admiro, no son celos, es admiración. Por tener esos amigos, esos que siempre te soportaron, que nunca te juzgaron, esos amigos tan buenos que me hiciste conocer. Que yo nunca los tuve, o sí, tal vez a uno de ellos, pero los negué siempre. Me parecían insoportables. No me dejaban en paz, aunque a uno lo quería, a uno quería darle todo, todo lo que se me había concedido desde que nací; TODO.
Él lo aceptaba agradecido, pero yo fallaba. Vos me habías enseñado a respetarlos, a quererlos como eran, sin más. Pero yo seguía ahí, perdidísimo, mirando para los costados, evitando las piedras que el destino me ponía en el camino. Evitando a Dios y a esos amigos que siempre quisiste me diera cuenta cómo me querían.
Evitando a estos dos amigos, (que nunca fueron mis), fui creando mi infelicidad.
En definitiva, fui evitando cordialmente al amor y a la amistad.
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