domingo, 23 de marzo de 2014

Tus amigos de siempre

Tus amigos inseparables eran dos. Yo no los conocía. Realmente siempre quise conocerlos, te veía muy feliz con ellos, aunque siempre me quisiste hacer entender que no te pertenecían, que los habías defraudado o no habías dado lo que ellos realmente esperaban. Yo insistía, pero nunca me diste mucho crédito sobre este asunto. Hablábamos y hablábamos de la vida, en general, de amar, de nuestra relación con Dios. Pero tus amigos nunca te abandonaban, como si fueran tus guardaespaldas. Estaban siempre, cuando iba a tu casa, cuando venías, cuando nos juntábamos a hablar de chicas: siempre. Ellos no fallaban, pero vos querías alegrarlos, y se notaba en tus ojos, en tu actitud, se notaba en tu manera de ser.
Simplemente te admiro, no son celos, es admiración. Por tener esos amigos, esos que siempre te soportaron, que nunca te juzgaron, esos amigos tan buenos que me hiciste conocer. Que yo nunca los tuve, o sí, tal vez a uno de ellos, pero los negué siempre. Me parecían insoportables. No me dejaban en paz, aunque a uno lo quería, a uno quería darle todo, todo lo que se me había concedido desde que nací; TODO.

Él lo aceptaba agradecido, pero yo fallaba. Vos me habías enseñado a respetarlos, a quererlos como eran, sin más. Pero yo seguía ahí, perdidísimo, mirando para los costados, evitando las piedras que el destino me ponía en el camino. Evitando a Dios y a esos amigos que siempre quisiste me diera cuenta cómo me querían.

Evitando a estos dos amigos, (que nunca fueron mis), fui creando mi infelicidad.

En definitiva, fui evitando cordialmente al amor y a la amistad.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentar no muerde...