Habíamos bailado toda la tarde, similar a la danza del día
anterior pero con un mejor tono y más temprano. Hasta los tres primeros bailes
todo salía de perillas, la dama que había encontrado en aquel lugar me daba
fuerzas para mover las piernas y no cesar. Simplemente había encontrado la
clave, o eso era lo que yo creía. Pero mi dolor del día anterior empezó a
reaparecer cuando empecé el cuarto baile, y no sólo a reaparecer, sino a
apoderarse de mí terriblemente. Un golpe de tobillo contra el suelo hizo que éste
se doblara y me haga perder el equilibrio. No me abstuve de seguir porque
estaba totalmente invadido por el orgullo y el pudor. Esto delataba en mí un
tropiezo inminente.
Así fue mi herida, la cual detonó mi derrota y se hizo
visible en los siguientes bailes.
Este cruel hermetismo encierra una lógica, que tal vez sólo
yo entienda; pero estas breves líneas están escritas sólo para mí, y quién me
conoce.
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