lunes, 7 de enero de 2013

Réquiem para la avaricia

Echó una última mirada a sus tazas, reliquias de oro y piedras preciosas. "Nunca fui tan desafortunado" Se decía para sí, pensando que nunca olvidaría ese dinero en piedras y objetos. Se destinaba a salir de su escondrijo, el cual lo había secuestrado por más de 20 años, el oro, el dinero. Llorando salió del lugar maldiciendo a su familia, quien lo había convencido de dejar "todo" e irse a vivir a otro país (Donde, como decían sus familiares, no iba a tener dificultades para controlar la avaricia, no porque fuera pobre el país, si no porque se separaría de todo eso y al fin lo olvidaría).
Estaba lleno de furia y sufría porque pensaba que lo extrañaría a tal punto que tendría que volver.
Le faltaba nada más media hora para despedirse de todos esos objetos tan valiosos y llevar una vida feliz. Pateó con fuerza nada menos que una silla de oro macizo y cuando ésta rodó por el suelo se acordó, viéndola ahora, de la estatuilla de un revólver que pesaba 80 libras esterlinas.
Trataba y trataba en vano de olvidar, ¡Sí! de olvidar toda la mercancía y el dinero que había en ese palacio, donde por cierto vivía él sólo; ya que él mismo había defenestrado meses antes a sus secuaces y sirvientes.
Desafortunadamente, después de pensar mucho tiempo qué hacer, terminó por abandonar la misión de olvidar, y de esperar a vivir una vida feliz.
Cuando abandonó el edificio se dirigió con su avioneta al medio del desierto, donde horas después lo encontrarían muerto, ahogado en un pozo, y en su mano abierta se podía apreciar una pequeña estatua.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentar no muerde...