domingo, 13 de enero de 2013

La temible confianza

La respuesta anterior me había resultado equívoca, fue una tenue distorsión a mi inteligencia. El muchacho estaba sentado allí, que por cierto yo aseguraba, era el asesino que nadie quería reconocer. Mi intelecto parecía decaer a causa de mis nervios y el sentido que yo le daba a la investigación era serio, muy serio, tal vez mortífero. Mi respuesta siguiente había sido vana y poco convencional, mas segundos después recordé que yo soy el detective, por ende yo debería hacer las preguntas, no al revés. Mi impaciencia entonces llegó a su límite, era astuto, muy bueno, no se inmutaba con mi temible cara, la cual hacía que la confesión sea inminente. Era simplemente una filosofía de miradas y a pesar de mi talento innato de detective, me ganaba el juego. Me cansé de él y de que crea que no soy un buen chantajista, me levanté rápido de la silla con un movimiento brusco (inmediatamente un ruido fuerte llamó la atención y la silla quedó recostada en el piso de mármol), así demostrando que el lugar de interrogación era ya trivial para mí. Pero en ese momento me acordé del carácter de mi jefe, deseando aún que no se enojara por el estropicio que hice al dejar caer la silla; o que me perdone, acordándose de los años que me tuvo como secuaz. Lastimosamente mi premonición llegó a ser verdadera, mi jefe me retó de forma breve: "¿Qué has hecho?" Me susurró "Me harás perder prestigio", aclaró. Mi concentración seguía atónita en el hombre casi-encarcelado, todavía necesitábamos pruebas, y él estaba muy tranquilo, él sabía todo, había (En mi opinión) hecho desaparecer todas las pruebas posibles.
Deslizaban por mi cabeza palabras para emplear, nombres extraños con cuales chantajearlo, pero mi chantaje nunca había llegado muy lejos, ya que si era así me correspondería estar en la cárcel, y no acá, interrogando
Lamento contarles el final antes de que deba llegar a él, según las líneas que faltan por leer. Pero aquí les dejo mi desenlace bien remarcado. Si bien es cierto, y mi enemigo era ladrón, a mí me esperaban algunos años a la sombra, a mí me tendieron una trampa mediante los testimonios de aquel hombre, y por desgracia yo también tenía que permanecer mudo, sin defenderme, porque (según decían) yo era terriblemente mentiroso, corrupto y chantajista. Mi semblante estaba rojo cuando mi jefe me lo comunicó con una mueca de disgusto, pero yo debía proceder, no me quedaba elección (De cualquier manera era poco tiempo que debía estar bajo rejas). Ahora lector, ¿Está usted sorprendido? ¿Sí? Pues lo entiendo, mi respuesta ha sido muy poco clara (Si es que había más del cero por ciento que se entendía). La cuestión de mi arresto es la siguiente: 
Yo solía chantajear a mis contestando para sacarles información, me divertía haciéndolo y me elogiarían los agentes policiales por haber hecho confesar a la persona (lo hacía diciéndoles que les dejaría menos tiempo encerrados, y que igualmente todos se habrían enterado de su culpabilidad, y gracias a mi tono honesto, cedían sin pensarlo, quiero que quede explícito que lo hacía con métodos ilegítimos); pero mi aventura terminó en aquel miserable día. Habían instalado un reproductor de sonido a pocos metros míos para, como usted entenderá, grabarme. 
No era muy difícil demostrar el chantaje, sólo debían reproducirlo en frente a los policías que me creían inocente y así descubrirme. Oh, sí!, Sí! Así lo hicieron!, y en breve me coloqué por primera vez la vestimenta de presidiario sin poder probar mi inocencia.

Ahora, acompañado de mis más terribles sollozos, me gustaría averiguar una pregunta crucial... 
¿La confianza es justa?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentar no muerde...