martes, 15 de enero de 2013

Sh'oledad

Yo lo podía sentir, mi pensamiento estaba ahí mismo, adelante mío, pero no lo veía, no lo quería ver. La incompetencia me hacía sentir pavor cuando insistieron que conteste lo que habían dicho, aunque no fuera especialmente para mí. Ellos sabían lo que tenía que contestar, me tomarían por orgulloso si no lo decía. Podían contemplar una extrema duda en mi rostro, pero nadie abría la boca, parecían probarme continuamente, dijeron la frase deliberadamente para observar mi reacción. Comencé a transpirar, el odio para con ellos crecía, y lo único que sentía era soledad. Sí!, eso es lo feo de la soledad! estar solo y que nadie te entienda. Mi cerebro fue en pos de una respuesta convencedora, pero no la encontró, la frase ya estaba dicha, yo no tenía que contestar. Pero... ¿Cómo sería mi estadía allí? Es cierto! Tienes razón!, sería nefasta, horrible, intranquilizadora. Y ahora lo veo claramente, la desconfianza que se produciría sería invencible, invariable. Aunque no me lo estén diciendo, aunque no me estén persiguiendo para que suelte algún comentario, aunque la pregunta hacia mí esté tácita, es un momento espantoso. De alguna manera llegué a una conclusión: ¿cambiar de tema?, pero esto no me tranquilizaría: ¿Hacerme el sordo?, tampoco; yo estaba ahí y, era evidente, había escuchado.
Opté por realizar la primera, (A propósito, es un hecho corriente que a mí me pase esto), y el ambiente decayó con un comentario breve pero matador: "¿No vas a decir nada?", dijo una señora adivinando el pensamiento del resto. Excluyéndome, por supuesto, el lugar se llenó de risas incontrolables.

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